En el Bar Peral, unas rebanadas de pan tostado untadas con aceite de oliva, acompañan nuestro café con leche en el desayuno de un luminoso domingo de noviembre, minutos antes de iniciar un corto paseo por los campos de La Adrada.
El sol, espléndido, acaricia con suavidad los verdes prados adradenses durante la temporada otoñal, en la que son muy populares las excursiones al campo o al bosque que realizan vecinos y visitantes en los fines de semana. Además, en esta época en la que las setas abundan, muchas personas provistas con cestas de mimbre aprovechan su paseo para recolectar algunos de los ejemplares que encuentran a su paso.
El silencio sólo se quiebra, con el canto de algún pajarillo, con la suave brisa que de vez en cuando mece la copa de los árboles, o con el desagradable sobresalto acústico de ¡una manada de quads! completamente ajenos a los destrozos medioambientales que pueden ocasionar, incomodando a los que más sufren con está máquinas, los inquilinos de bosques y praderas, en especial las aves, que sienten atacado su hábitat con el escandaloso e inoportuno estruendo de sus motores.
Sobre un paisaje de cielo azul y frondosas montañas, una explotación de vacas, con los animales pastando en un prado amplio y verde que nos pudiera hacer pensar que estamos es Asturias, nos devuelve al lugar en donde realmente estamos, en La Adrada, en un tiempo de otoño repleto de color y de contraste.
Y es que, simplemente unas horas de paseo pueden ser suficientes para disfrutar del paisaje, respirar aire puro y percibir el especial frescor del aroma que desprenden las praderas de La Adrada en esta estación otoñal. Sosiego y tranquilidad que la naturaleza nos brinda para relajarnos y recargar pilas, y en la que una tapa de migas con una copa de vino en el Bar Santi, pondrían el punto y final, a esta pequeña e intrascendente excursión matinal.